... se acabó. Mañana al trabajo. Que asco.
Bueno, pese a que llegué ayer a las 11 de la mañana, he preferido esperar hasta hoy para volver a escribir y hablar de mi viaje a Ámsterdam y de mi semana. Ayer era un día de resaca vacacional, muy esperado.
Ámsterdam me ha dejado con ganas de más, de eso no hay duda.
Llegué allí a las 13:30, porque el avión salió con retraso. Estuve dormitando durante las dos horas que el avión tardó en surcar los cielos existentes entre Ámsterdam y Madrid. Sorprende ver el cielo totalmente nublado, y en unos instantes atravesarlo para contemplar un océano blanco sobre el cual el Sol brilla radiante. Me junté hasta llegar a Ámsterdam Central (la estación de tren y metro) con un par de chavales de mi barrio con quien nunca antes había hablado, pero como nos conocíamos de vista y nos vimos en la puerta de embarque, como si nos conociésemos de toda la vida. Eso impidió que me aburriese como una ostra, y también el que llegase sin dificultades hasta la oficina de turismo. Se notaba que ellos habían viajado más que yo, pero espero arreglar eso pronto. Por cierto, el mundo es muy pequeño, siempre.
Llovía. Nada más llegar esa ciudad me avisó que iba a ser una semanita mojada, y así fue. Me costó montar la tienda, pero luego me eché una buena siesta hasta que a las 23:00 llegaron el resto. No tuvo muchos contratiempos el estar solo, de hecho me gustaba estar a mí solo tan lejos de todo. El camping era muy bonito. Zeeburg Camp. En verano tiene que ser la leche, porque ahora con el frío ha sido un poco duro.
El viaje en general ha estado bien. Me gustó muchísimo el museo Van Gogh. La pena fue que al resto no les gustó tanto, y tenían prisa por salir. Una verdadera pena. El museo Heineken fue entretenido, pero era menos museo y más atracción, a ellos les gustó más. Por lo menos me tomé tres birras, que tenía unas ganas... Jejeje. De todos los sitios a los que quisimos ir, no fuimos a muchos, en parte por el tiempo que hacía en el camping, y en gran parte por el continuo uso de los Coffe-Shops y sus plantitas verdes. De todas maneras, la ciudad es impresionante, no la recordaba así para nada.
Me doy cuenta de lo poco “europeos” que somos, que lo que somos es “españolitos” encerrados tras nuestros Pirineos cerrados a la vida continental. Podría vivir en Ámsterdam perfectamente. De hecho, si en alguna ocasión mi necesidad de cambio me lo permite, podría cambiar mi sueño de irme a Australia por Ámsterdam, pero dejando a un lado las diferencias de “sustancias legales”. Ése no es su atractivo, aunque he de reconocer que el mundo cambia considerablemente gracias a algunas de ellas (radicalmente más bien), pero la ciudad en sí me ha conquistado. Me encantan los canales, las casas, las bicis (aunque para cruzar la calle andando tenga que rezar a los dioses), los tranvías, las calles de piedra, la Plaza Dam... y la gente, sobre todo la gente.
También tengo una deuda pendiente en Holanda, y es Alkmaar, la ciudad del mercado de los quesos. Ya me perdí el mercado en mi primer viaje, y en este también me lo he perdido. A la tercera va la vencida.
La próxima vez que vaya será muy diferente. Quiero ir al centro de la ciudad, tal vez a algún hostalillo del barrio rojo, y gastarme el dinero en vez de en los Coffe-Shops, en cenar por ahí, en conocer otras ciudades... Y si es posible, con alguien especial, porque Ámsterdam siempre me invitó a pensar en ella y en lo maravilloso que tiene que ser el compartir una ciudad tan bonita con alguien tan especial.
¿Seré capaz de realizar ese viaje?
Buenas noches vacaciones, hasta el verano.