La princesa de los vientos siempre mece mis sentimientos con sus ráfagas. Con sus corrientes domina el más importante de todos. Le da vueltas, jugueteando, y en círculos lo eleva hasta el cielo, muy muy alto. Es suyo, ella es su dueña, le pertenece. Desde las alturas se puede notar su grandeza incomparable. Aunque esté tan alto puedo verlo, sentirlo, como si lo tuviese dentro de mi pecho, latiendo. Luego, despacito, deja que baje hacia mí, flotando como si fuera una pluma. Acelera. Poco a poco se vuelve rápido, raudo, y cortando el aire con una fuerza y una pasión inauditas se precipita hacia abajo. Instantes antes de rozar el suelo se me vuelve a clavar dentro, estremeciendo cada nervio de mi cuerpo, electrizándome, invadiéndome completamente, haciéndome sentir como sólo ella puede hacerlo.
La princesa de los vientos me envía una suave brisa de besos cálidos y envolventes. Me acuna, me arrulla, me susurra, hasta que mi corazón, aletargado con sus suaves caricias, se duerme, latiendo despacito y profundamente, sometido a ella. Me introduce entonces en el mundo de los sueños, de sus dulces pesadillas, donde sus corrientes hacen revolotear en mi mente su imagen, el recuerdo de su voz, su risa, su mirada, su piel, su aroma y su sabor. Y yo nunca quiero despertar.
La princesa de los vientos vive en un castillo en la Ciudad del Viento, desde donde soplando me ha enamorado.
Voy a ir a verla para poder volar otra vez.