El aire soplaba fuerte aquella mañana.
Había salido, como de costumbre, a comprobar que el mundo seguía más o menos tal y como lo había dejado la noche anterior. Desde su silla, al lado de la puerta, y de cara a la ladera del Monte del Viejo Alcornoque, como siempre, podía contemplar todo.
Veía un día más a Juan guiando a sus cabras hacia la laguna, tranquilo, con un perenne cigarrillo pegado a sus labios, la boina marrón perfectamente colocada y su bastón de madera de cerezo, lleno de nudos. Tantos como años llevaba viéndolo recorrer el mismo camino con su rebaño.
Podía contemplar a la cigüeña del campanario volar en círculos alrededor de la laguna. Este año iba a tener crías. Sabía que antes de que en la plaza el reloj del ayuntamiento diera las 11:30, desaparecería por el sur para regresar un par de horas más tarde. Las golondrinas habían vuelto, y perseguían ya de buena mañana a perdidos e invisibles insectos por los cielos del pueblo.
En unos minutos vería a Manuel salir con la furgoneta hacia el aserradero, como cada mañana. Al poco tiempo Luis abriría la panadería. Ya olía a pan recién hecho. Y... ¡a magdalenas! Cierto, cuando empieza el verano, Luis siempre hace magdalenas...
Su memoria ya no era lo que antaño. Por su rostro surcado de arrugas navegaban todos los días de su vida, una vida bien vivida, a fondo, profunda, como él. Pese a que ya no era capaz de recordar todo con la claridad de antaño, hoy volvía a apretar contra su pecho una fotografía color sepia, sin mirarla. No le hacía falta.
Ella, imborrablemente ella. Y su mente, como siempre, se perdía durante unos minutos en sus recuerdos.
Y al rato apareció por la puerta, tan bella como siempre, a su lado. Traía una tacita de café humeante y un par de magdalenas. - Vaya, hoy hace viento. ¿Te traigo una chaquetilla? Mira, te he puesto un par de magdalenas, Luis las acaba de hacer. - La miró, como siempre, lenta y tranquilamente, a los ojos, y al cabo de un momento, sonriendo, le dijo sólo una palabra - Gracias.
Manuel salía ya a por la furgoneta, y Juan jaleaba a un cabritillo rebelde que se alejaba del rebaño. Y el viento seguía soplando.